Llevando en el alma, clavada hasta el mango,
 
 la daga maldita de celos y amor.
 
 El gaucho Laguna llegó al viejo rancho,
 
 dormido en los campos, bañao por el sol.
 
 Golpeó la ventana su grueso talero
 
 y viendo que nadie salió a contestar,
 
 rompiendo la puerta, frenando el aliento,
 
 d'entró como fiera, dispuesto a matar...
 
  
  Cubierto de telarañas
 
 su viejo rancho encontró,
 
 y dentro de las entrañas
 
 el corazón le gritó:
 
 ¡No vale, gaucho, la pena
 
 sufrir por un mal querer!
 
 ¡La vida es linda y es güena,
 
 p'aquel que sabe perder!...
  
 
 Guardando el retrato de su madrecita,
 
 que estaba sin marco tirao a un rincón,
 
 prendió fuego al rancho con todas sus pilchas
 
 y triste en su pingo de allí se alejó...
 
 Llegando a la loma volvió la cabeza
 
 y dentro del pecho sintió un torcijón,
 
 al ver que en las llamas de aquella tapera
 
 también se quemaba su gaucha ilusión.
  
 
 Miró con rabia p'al el cielo
 
 y huyó con su redomón
 
 oyendo como un consuelo,
 
 la voz de su corazón:
 
 ¡Igual que ruedan los cardos
 
 al soplo del huracán,
 
 las penas del pecho gaucho,
 
 también rodando se van!