Declaran la huelga,
 
 hay hambre en las casas,
 
 es mucho el trabajo
 
 y poco el jornal;
 
 y en ese entrevero
 
 de lucha sangrienta,
 
 se venga de un hombre
 
 la Ley Patronal.
 
 Los viejos no saben
 
 que lo condenaron,
 
 pues miente, piadosa,
 
 su pobre mujer.
 
 Quizás un milagro
 
 le lleve el indulto
 
 y vuelva en su casa
 
 la dicha de ayer.
 
  
  Mientras tanto,
 
 al pie de la santa Cruz,
 
 una anciana desolada
 
 llorando implora a Jesús:
 
 "Por tus llagas que son santas,
 
 por mi pena y mi dolor,
 
 ten piedad de nuestro hijo,
 
 ¡Protégelo, Señor¡"
 
 Y el anciano,
 
 que no sabe ya rezar,
 
 con acento tembloroso
 
 también protesta a la par:
 
 "¿Qué mal te hicimos nosotros
 
 pa' darnos tanto dolor?"
 
 Y, a su vez, dice la anciana:
 
 "¡Protégelo, Señor!..."
  
 
 Los pies engrillados,
 
 cruzó la planchada.
 
 La esposa lo mira,
 
 quisiera gritar...
 
 Y el pibe inocente
 
 que lleva en los brazos
 
 le dice llorando:
 
 "¡Yo quiero a papá¡"
 
 Largaron amarras
 
 y el último cabo
 
 vibró, al desprenderse,
 
 en todo su ser.
 
 Se pierde de vista
 
 la nave maldita
 
 y cae desmayada
 
 la pobre mujer...